El trascendental papel de la oficina en la cultura empresarial

Ninguna persona puede prescindir de su identidad. Sus creencias, sus normas, sus actitudes, sus valores, sus expectativas, están siempre ahí. Independientemente de que las haya construido de una manera más consciente o inconsciente. Resulta inevitable. Es una condición connatural al hecho de estar vivo. Y exactamente lo mismo ocurre con las empresas. Lejos de ser organizaciones inertes, mecánicas, vacías, son entidades dotadas de una manera ética de estar. Una que asimilan todos los participantes de la misma, desde el directivo al becario que comienza su andadura en la compañía. No hay excepciones. Es lo que conocemos como la cultura empresarial. 

La importancia de la cultura empresarial 

Las empresas que no construyen activamente su cultura empresarial, sino que permiten que se conforme descontroladamente, corren el riesgo de crear entornos mucho menos competitivos, así como de proyectar ante el mundo una imagen poco favorecedora. En ese sentido, el consenso premeditado alrededor de la cultura empresarial resulta fundamental para el éxito de una compañía. Entre otras cosas, aporta cohesión, identificación de los trabajadores con la empresa, diferenciación de la competencia y motivación, puesto que somos animales sociales que disfrutan del sentimiento de colectividad. Eso sí, la cultura de esa colectividad no debe ser estanca sino cambiante. 

La evolución de la cultura empresarial 

Históricamente las empresas solían contar con una cultura empresarial híbrida entre la cultura autoritaria, la cultura burocrática y la cultura por objetivos, con diferentes proporciones de cada una de ellas según la compañía concreta. Los valores predominantes tenían mucho que ver con la jerarquía, la concentración de la toma de decisiones, la rigidez procedimental, el control y la presión. Sin embargo, este carácter comenzó a decaer conforme entraron en escena agentes del cambio como la transformación digital, la concienciación medioambiental o la colocación de la satisfacción del trabajador en el centro de los objetivos de la compañía. Tres tendencias que se han visto reforzadas con la pandemia. 

Hasta tal punto que hoy las buenas empresas ya no son maquinarias frías que priorizan sus necesidades a toda costa, sino entornos amigables que comprenden las necesidades de sus trabajadores. Como explica en una entrevista para el blog de McKinsey el experto en talento Bill Schaninger, "el propósito individual es algo que estamos viendo pasar a primer plano". No como una fuerza que compite con el propósito de la empresa, sino como una fuerza complementaria que impulsa este último. Estamos asistiendo al nacimiento y fortalecimiento de una cultura empresarial híbrida en la que el desarrollo humano es tan prioritario como el volumen de ventas. Y esto no se traduce solo en los aspectos metafísicos de los valores, sino también y muy especialmente en los aspectos físicos. La oficina cobra un rol trascendental. 

La oficina que requiere la cultura empresarial del siglo XXI 

Porque las oficinas ya no pueden seguir siendo meros escenarios asépticos. Por el contrario, y como dice el propio Schaninger, "las empresas tienen que dar sentido a la presencia de los trabajadores en la oficina, que estos "sepan que estar allí es importante" porque su presencia construye la cultura empresarial y a su vez se nutre de esta para crecer como personas. Sobre todo en lo que refiere a la búsqueda de un propósito, algo que el psiquiatra Viktor Frankl, autor del célebre ensayo El hombre en busca de sentido, consideraba indispensable para que los seres humanos alcancen el bienestar. ¿Cómo se consigue esto? En cierta medida, construyendo oficinas que encajen con los valores sociales predominantes. 

En otras palabras: no debe estar inscrita solo en los comportamientos de las personas, en las normativas internas o en las actividades de conexión, sino también en el entorno, en los muebles, en la instalación de la calefacción, en las tecnologías digitales que desbloquean las limitaciones a la creatividad humana, en las cubiertas o en la iluminación eficiente que persigue incansablemente la sostenibilidad, algo que reconforta a cualquier trabajador. La idea es que la oficina sea un espacio agradable, diáfano, moralmente responsable y versátil, ya que esa versatilidad es la esencia del trabajador del siglo XXI: un trabajador cuyos propósitos y necesidades van transformándose con el paso de los años. 

En ese sentido, los espacios modulables que ofrecemos en Colonial permiten a las empresas mostrar resiliencia y adaptarse a esas nuevas necesidades de los trabajadores, así como de la realidad social. ¿Cómo? Muy sencillo: la empresa alquila la oficina y posteriormente tiene la libertad de mover las paredes y las salas para conformar la oficina exacta que requiere en cada momento. En la actualidad, por ejemplo, la necesidad de cada vez más áreas de reunión diferenciadas, potenciado por la interactividad a la que nos hemos acostumbrado durante la pandemia, lleva a muchos de nuestros clientes a configurar las paredes de manera que se creen muchas de ellas. Y esta elasticidad es también síntoma de una cultura empresarial saludable. 

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