La arquitectura brutalista, una tendencia sostenible
La arquitectura brutalista, basada principalmente en el desnudo de los materiales y en especial del hormigón, así como en una aparente ausencia de pretensiones estéticas y en la proyección de sensaciones de vastedad, fue profundamente desacreditada durante la década de los años 80 y desde entonces ha permanecido aletargada mientras otras corrientes, como el posmodernismo o el minimalismo, ganaban seguidores tanto entre los círculos de arquitectos como entre la ciudadanía en general. Sin embargo, y como muestra la nueva literatura arquitectónica y algunas nuevas construcciones, el brutalismo está despertando de nuevo como una potencial solución a los nuevos desafíos urbanísticos, sociales y medioambientales.
Origen del brutalismo
Los historiadores sitúan el nacimiento del brutalismo en el arquitecto francosuizo Le Corbusier. Concretamente en su edificio de viviendas del año 1952 conocido como la Unité d'Habitation, ubicado en Marsella y desarrollado para la satisfacción de las necesidades de la clase trabajadora de la ciudad. Un diseño en el que Le Corbusier, a través de un marco de hormigón en bruto, dejaba clara su pasión por este material. Y del "bruto" al brutalismo hubo tan solo un pequeño paso. Su edificio, capaz de albergar a más de 1.600 personas y carente de elementos decorativos, supuso una inspiración para arquitectos de toda Europa. Los diseños brutalistas se extendieron. Especialmente en Reino Unido y en los países de la Unión Soviética.
Cualidades del brutalismo
El brutalismo se articula alrededor de tres cualidades esenciales: el uso del hormigón desnudo como materia prima principal, el diseño de formas sencillas y la búsqueda de la funcionalidad. De hecho, su surgimiento durante la posguerra no fue casualidad, sino que tuvo lugar como respuesta práctica y sencilla a los desafíos urbanísticos de unos países físicamente destrozados por las bombas. Había que construir edificios eminentemente útiles. Había que crear hogares para la gente. Así nacieron, además de la Unité d'Habitation, la Torre Velasca de Milán, la Trellick Tower de Londres, las Torres Blancas de Madrid o el Habitat 67 de Montreal. Todo parecía marchar bien. Hasta que comenzaron a alzarse voces contra el movimiento.
El brutalismo en crisis
Los seres humanos somos animales asociativos. No podemos evitarlo. Y el uso desmedido del brutalismo por parte de los países del bloque oriental supuso con el paso de los años su asociación popular con los totalitarismos soviéticos. De pronto, y con la ayuda de voces críticas como la del escritor británico Anthony Daniels, quien llegó a decir además que el brutalismo "no envejece con gracia", el estilo comenzó a ser rechazado en los círculos académicos. La clase trabajadora, aquella a la que presuntamente servía el brutalismo en un principio, tampoco parecía quererlo ya debido a su carácter sobrio y frío. Los grafiteros se cebaron con las obras brutalistas. Infinidad de ellas fueron demolidas y solo las más majestuosas se conservan.
Como explica en el profesor de historia de la arquitectura Brian Goldstein, del Swarthmore College de Estados Unidos, "buena parte del odio relacionado con el estilo tienen que ver con sus efectos directamente nocivos: los edificios brutalistas sustituyeron a los bloques urbanos que la gente llegó a idealizar a mediados y finales de la década de 1960, y como parte de los proyectos de limpieza de bloques, contribuyeron a la desigualdad social y racial en el centro de la renovación urbana", además de ser el lenguaje arquitectónico del Estado del bienestar, que poco a poco fue desnudándose como imperfecto e incapaz de cumplir todas sus promesas. Aquellos edificios brutos inspiraban un discurso político controvertido. El brutalismo parecía superado.
Una nueva era brutalista
Pero no lo estaba. Ensayos recientes como This Brutal Word, How to Love Brutalism o SOS Brutalism: A Global Survey han recuperado el movimiento y destacado la conveniencia de sus cualidades para los desafíos del siglo XXI. A fin de cuentas, ya no estamos en la década de los 80. Muchas de las asociaciones que el brutalismo llevaba inevitablemente aparejadas en aquella época han desaparecido parcial o completamente. Y su frugalidad y su economía en el uso de los materiales resulta medioambientalmente ideal para un momento histórico en el que la disminución del impacto en el planeta es fundamental, tal como demuestra nuestro compromiso de sostenibilidad, encauzado a través del Decálogo de Sostenibilidad de Colonial.
Pero el brutalismo también resurge por una cuestión emocional. Según el periodista especializado en arquitectura Brad Dunning, las construcciones brutalistas son rígidas, muy duraderas y "no pueden ser remodeladas fácilmente", lo que proporciona permanencia y consistencia en un mundo posmoderno y caótico en el que la mayoría de las cosas son pasajeras. Necesitamos anclas. No obstante, esta resurrección no es pura, sino que viene envuelta en aires de renovación. Al neobrutalismo no le interesa únicamente crear edificios y sociedades mejores para la gente: también para la Tierra, sus hábitats y los animales que los habitan. La arquitectura evoluciona para responder a las distintas realidades. Y a veces evolucionar es mirar al pasado.